Sus primeras obras, cercanas al impresionismo, denotaban una clara preocupación por los temas sociales. En torno a 1910, un creciente interés por la estructura y una clara tendencia hacia la simplificación formal le llevaron a hacia el cubismo, del que también le atraía la pretensión de englobar a artistas de todas las nacionalidades y romper con los cánones burgueses. Desde entonces dedicó gran parte de su actividad a escribir sobre sus ideas estéticas e impartir numerosas conferencias. Durante su estancia neoyorquina entró en contacto con Francis Picabia y Marcel Duchamp y fue testigo de excepción del nacimiento del dadaísmo en Estados Unidos.
A su vuelta a Francia sufrió una profunda crisis personal y una gran decepción por el rumbo que tomaba la pintura de entreguerras, en 1927 creó una colonia de artistas, Moly-Sabata, que quería ser un reducto de salvación dentro de una sociedad abocada. Gleizes vio en los principios sociales del primer cristianismo una salida y, cuando en 1941 retornó al catolicismo, su arte se inclinó hacia la temática religiosa tomando como inspiración el mundo paleocristiano y medieval
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